Follow that Kangaroo! [Privado]

Nunca había visto a su hermano llorar. Siempre había sido el fuerte, el defensor, el que alzaba el puño por él, el que evitaba a toda cosa que algo le hiciese llorar. Por eso le enterneció notar que se habían roto las defensas de Allan de esa forma, por algo tan pequeño como aquello.

A Peter siempre le habían hecho gracia los comentarios que decían que los hombres no lloraban o que los hombres que lo hacían eran unos débiles. Él sabía que su hermano no era débil y podía llorar tranquilamente tal y como estaba punto de hacer él. Eso también le gustaba de él, había sido capaz de abrir su caparazón de macho para demostrarle que podía ser una criatura tierna y sensible.

Al escuchar su risa se tele transportó a los viejos tiempos en los que hacían todo juntos y cada dos por tres él se reía al caerse el joven rubio para luego levantarlo y mirarle las rodillas. La caricia le devolvió a la realidad al sentir los dedos del australiano enredarse entre sus cabellos. Le parecían tremendamente cálidas y suaves, que le despertaban las ganas de quedarse abrazado a él por siempre. Sin embargo, los labios de Allan parecían poseer alguna extraña propiedad porque cada vez que lo tocaba con ellos, se quedaba totalmente en blanco y totalmente a su merced.

Si él supiera… se rió al pensar en las consecuencias.

La mejilla le ardió y sintió ganas de tocársela para comprobar si era cierto pero se contuvo. Allan le estaba mirando fijamente con esos ojos suyos tan vivaces, repletos de lágrimas transparentes. La emoción debía de ser tan grande que su hermano no había podido evitar llorar. Peter exhaló aire de golpe ante esa visión porque él también se sentía feliz. Se sentía ligero, como si pudiera echar a volar en cualquier momento, así que agradeció que Allan lo estuviera sujetando. Aun más cuando volvió a besarlo, un poco más de tiempo que la vez anterior. Eso hizo que le aumentara el ritmo del corazón. Le gustaba, no sabría decir cuando lo decidió, pero le gustaba que le besase. Eran besos pequeños, tiernos y totalmente deliciosos.

Tuvo que coger aire cuando finalmente se separaron. Se encontraba totalmente rendido y juraría que la temperatura de la habitación había subido como diez grados en lo que llevaban allí dentro. Por un lado podía pedirle que bajasen a darse un duchazo con la manguera, pero por otro… no quería moverse.

El último “te quiero” decidió por él.

Ahogó una pequeña risita y sonrió delicadamente. Luego alzó la mano izquierda y rozó la frente de su hermano en donde todavía podía notarse el chichón de la escalera. Luego la hizo descender para tocar con las yemas el reguero de agua que se deslizaba por la mejilla derecha de Allan. Pasó junto a la comisura de los labios y descendió por la mandíbula hasta dejar descansar la mano sobre el hombro. Por último, se acurrucó aun más junto a él, apoyando la sien contra la mejilla de su hermano.

—Quiero decirte lo mismo, Allan—susurró—ya falta poco.

Cada milímetro que recorría la mano de Peter quemaba deliciosamente, dejando marcado el recorrido que recrearon sus dedos por su rostro. Poco a poco, las saladas lágrimas empezaron a descender con menos fuerza, cuando su hermano posó su mano su hombro. Le abrazó con más fuerza y cerró los ojos.

No lo comprendía, no entendía cómo podía haber cambiado tanto en apenas... ¿Unas horas? ¿Unos minutos? ¿Unos segundos? ¿Dos años? Realmente, ¿cuánto tiempo llevaban allí metidos? Era impresionante lo rápido que había ocurrido aquello, cómo había cambiado esa situación...

Aquella indescriptible paz interior volvió a llenarle tras escuchar las palabras de su hermano, cuando Allan volvió a dejar que sus pulmones se llenasen de su olor y su piel de su tacto...

-Esperaré -Susurró-. Todo lo que haga falta, te juro que te esperaré -Era una promesa, y la mantendría costase lo que costase...

No, espera. Aquello no estaba bien.

Normalmente la escena acabaría aquí. Si aquello hubiera sido una película hubiera acabado, o hubiera cambiado de escena. Si fuera un libro empezaría un capítulo nuevo... Pero no. Aquello era obviamente real, ¿qué debía hacer entonces?

Porque aquél remolino de emociones no iba a pararse de un momento a otro. Por supuesto que no. Por no decir que... su cuerpo no sabía lo que quería. Por una parte deseaba más contacto con Peter... ¿Quedarse así no le bastaba? Estar abrazados, ahí... ¿no era suficiente?

No, al parecer no... ¿Pero qué podía hacer? ¿Qué más podía hacer? Puede que Allan no controlase del todo lo que son los sentimientos... Pero en cuanto al cuerpo, comprendía exactamente lo que le pedía en cada momento. Y le asustaba que el suyo le pidiera más, al menos tan pronto, al menos sin tener claros los sentimientos de su hermano.

Estaba totalmente absorto. Pensando en nada y en todo al mismo tiempo. Se preguntaba que habría pasado de no haber venido Allan hasta allí, ¿seguirían igual que hasta ese día? Casi sin verse, sin hablarse… dos hermanos distanciados, divididos por el mar.

Peter se apretó contra el cuerpo de su hermano instintivamente al sentirse abrazado de nuevo. Le hacía recordar unos tiempos felices, mucho más felices, en el que él era el centro gravitacional para otros. Y esta vez ya no iba a ser distinto.

Le habría gustado quedarse así para siempre pero un detestable y gigantesco rugido se oyó de repente, disolviendo la atmósfera que se había instalado. Peter sintió que la sangre le subía a las orejas.

—Ah…

Jamás en su vida le había gruñido el estómago tan fuerte. Se apartó de Allan y se rió como un idiota.

—Hahaha… v-vaya…—compuso una sonrisa infantil y agachó la cabeza— Perdona, no desayuné…

Al pensarlo se dio cuenta de que no lo había hecho porque le había caído su canguro encima pero no le echaría las culpas.

— ¿Te parece que vayamos a comer algo? Seguro que también tienes hambre…

La sonrisa infantil se transformó en una suplicante.

El debate de su interior seguía al rojo vivo. Una parte de él quería dejarse llevar, otra parte de él debía dejarlo todo como estaba, no estropear la ternura del momento. Y es que aún no entendía como su hermano podía causar tanta confusión en su interior... Las lágrimas ya habían dejado de brotar, pero la felicidad que había traído aún quedaba allí...

Y entonces oyó aquél rugido que puso aún más colorado el rostro de su hermano. Parpadeó un par de veces, con cierto desconcierto, para luego empezar a reír. Al parecer la naturaleza había decidido por él, era demasiado pronto para ambos.

Rió con ganas observando a Peter. Realmente, aquello tan solo había añadido más puntos a esa ternura que el neozelandés desprendía por sí solo.

-Don't mind~ -Dijo sonriente, quitándose las lágrimas que le había provocado el ataque de risa. Llevó una mano a despeinar los rubios cabellos de su hermano y salió de la cama con una elegante voltereta-. A decir verdad, yo tampoco he desayunado, así que te prepararé algo, ok? -Se acercó al rubio e, intentando controlar su fuerza, le agarró la mano para llevarle hasta las escaleras. Una vez allí, se agachó para comprobar el suelo-. ¿Cuánto tiempo hemos estado ahí metidos? Le hemos dado tiempo al agua para secarse -Sonrió divertido, volviendo a agarrar la mano de Peter y bajando hasta la cocina con una ampllia sonrisa-. Well! ¿Qué te apetece desayunar?

Su risa era muy contagiosa, rió con él con ganas, secundando lo cómico de la situación. La parte vergonzosa del asunto se había disuelto con las carcajadas mientras Peter notaba como sucesivos mucho más pequeños gruñidos ronroneaban dentro de su estómago. En verdad sí que tenía hambre.

Su hermano le revolvió el pelo de nuevo haciendo que una nueva oleada de calidez le electrificara, sonrió contento y se dejó arrastrar escaleras abajo. El suelo parecía haberse secado ya, así que eso le dio una idea del tiempo que había pasado. Quizá una hora o n poco más.

Cuando bajaron a la cocina, se podía oír de fondo la algarabía de los niños que jugaban cerca de allí. A Peter siempre le había gustado vivir cerca de su gente, era el propio espíritu neozelandés el que lo empujaba a ello y como tal, su casa estaba rodeada por las demás, como si fuera él otra persona común. A esas horas, los críos solían arremolinarse cerca porque junto al jardín trasero de Peter había una charca con renacuajos. Y ya se sabe que s los niños les encantan los renacuajos. Una sensación de paz lo inundó mientras su hermano le preguntaba que quería. De repente se sentía feliz, como hacía muchísimo tiempo que no lo estaba. Le dio ganas de abrazar a Allan de nuevo.

Sonrió y se mantuvo pensativo por unos instantes. Sin embargo, al pensar en comida, toda su expresión se resumió en una sola cosa. Embeleso. Sobre todo al recordar una de las cosas que le había enseñado Alfred y que más le gustaban.

—Ah… —inconscientemente se tocó el estómago—. Desayuno americano…

Huevos fritos, tortitas, café, bollos, chocolate…

Se le hacía la boca agua.

(perdún por tardaaaar D:)

Nada más pasar por la puerta de la cocina, inconscientemente, se detuvo casi en seco. Parpadeó un momento observó aquél ordenado lugar con una ligera sonrisa en la cara.

De repente parecía, al fin, que todo estuviera en su lugar en el mundo, en el universo. Una felicidad cuya sensación casi le asustó.

Apretó la mano del neozelandés con otra gran sonrisa de las suyas, antes de arrastrarlo hasta sentarlo en una silla, con delicadeza. Después de eso, alzó la cabeza y, como si estuviera en su propia casa, se puso a rebuscar en todos los cajones que vio. La verdad, era obvia la diferencia entre esa cocina y la suya. Principalmente porque la de Allan solía tener una abierta lata de Vegemite en la mesa, con un cuchillo metido y restos de pan tostado por ahí.

Tomó lo que buscaba, un par de platos y vasos, dos sartenes, la máquina de hacer... Y, tras dejar la nevera bastante desordenada, todos los ingredientes que le hacían falta.

-¡Muy bien! -Exclamó, al colocarse de espaldas al fuego en el que empezaba a calentar el aceite-. ¡Prepárate para tomar el desayuno americano más australiano que verás jamás! -Con ambas manos sobre las caderas y la cabeza bien alta, se dio la vuelta para empezar a calentar los huevos y el bacon en distintas sartenes, ambas con el fuego casi al máximo.

Si algo se le daba bien, era hacer muchas cosas al mismo tiempo. Tal vez por esa casi-hiperactividad que tenía, podía dar la sensación de estar en más de un sitio al mismo tiempo. Por lo que, mientras se calentaban los huevos, se freía el bacon y se preparaba el café, ya estaba haciendo la masa para las tortitas y colocando varios bollos en una bandeja.

(Pd: Vegemite = Algo así como una mermelada de extracto de levadura muy típica de Australia y NZ :3)

—¡Yay!

Casi saltó de felicidad al oír las palabras de Allan. Le encantaba su entusiasmo, era tan contagioso que él mismo se sentí el ser más dichoso de la Tierra. Lentamente, mientras su hermano preparaba todo, divagó sobre lo que pasaría a partir de ese día. Allan estaba dispuesto a esperarle, lo había dicho. Pero Peter tampoco quería esperar demasiado.

Tenía que pensar. Es más, comenzó a pensar en ese mismo instante.

Desde siempre, a pesar de haber dependido de Inglaterra y de adorar a América de lejos, Australia siempre había estado ahí para él. Quizá menos en los últimos tiempos pero siempre había estado ahí. Había sido su hermano y amigo para lo bueno y para lo malo. Era el país que más cerca había estado de él siempre, tocándolo con las yemas de los dedos, cuidando de él como si fuera el eslabón débil. En cierta manera, obviamente Peter era más débil que Allan pero eso a él nunca le había importado. Recordando algunas de esas cosas, se dio cuenta de que nunca, nunca en su vida, había estado completamente solo. Siempre alardeaba de ser un país solidario porque el asilamiento les había hecho así pero realmente… nunca había estado solo por completo. Nunca. Y ese hecho, le había abierto un poco los ojos. Quizá inclinando su decisión al lado favorable que quería.

Mientras pensaba en todas esas cosas, observaba con atención sus movimientos, su dinamismo, algo que él también poseía (en menor medida) y que caracterizaba a los hermanos oceánicos. Allan era fuerte, más que él y eso le daba una sensación de seguridad reconfortante, sabiendo que podría contar con él en los momentos duros. También en los buenos. Allan era alguien que no podía estarse quieto y si existía alguien que pudiese seguir su ritmo, aparte de América, ese era Nueva Zelanda.

Con esa conclusión, Peter tomó una decisión más, en pos de la final.

Se le había dibujado una sonrisa enternecedora, meditando sobre sus cosas. Cierto era, quería mucho a su hermano, más de lo que había admitido en un principio. Vaya, que rápido había llegado a la conclusión final.



(ah, siento mi post-basura T.T llevo días de bloqueo musélico)

Freía por ahí, colocaba por allá, y revisaba que todo estuviera en su sitio. Realmente, podía dar la impresión de que había más de un Allan en aquella cocina, aunque era algo que solía pasarse y desde pequeño se lo decían. A decir verdad, él nunca se había dado cuenta de las cosas que hacía o de esa habilidad para hacer varias cosas al mismo tiempo, ya que debido a su falta de atención en las cosas, solía salirle cuando lo intentaba.

Terminó de colocar los bollos en una bandeja y se giró para dejarlos sobre la mesa, cuando descubrió la sonrisa que se había dibujado en el rostro del neozelandés, la cual hizo que se dibujase una igual en el rostro del australiano. Dejó la bandeja sobre la mesa y retiró el cabello de la frente de su hermano, para luego depositar allí un ligero beso.

-¿Por qué tan sonriente? ¿Has recordado un chiste? -Preguntó una vez se había separado, aunque realmente él también tenía una gran sonrisa en el rostro. Se dio la vuelta y colocó el bacon y los huevos fritos en dos platos distintos, que sujetó en equilibrio en el brazo izquierdo, mientras con el derecho echó el café en ambas tazas.

Sin que se le cayera nada, dejó la comida sobre la mesa, para luego colocar las tortitas en un nuevo plato, el cual depositó en el centro de la mesa. Luego se sentó enfrente del menor y apoyó la mejilla en la palma de su mano derecha, mirándole aún con una amplia sonrisa.

-Bueno, que aproveche -Le dijo, mirando la comida que acababa de preparar-. Nunca había hecho algo así, pero seguro que te gusta, yeah~

(Perdón por la tardanza Dx)

Seguía sonriente, decididamente feliz.

Pero se suavizó con el ligero beso de su hermano en la frente y su pregunta, cerrando los ojos por un momento, para luego abrirlos desviando la vista hacia la mesa. ¿Cómo decirle que…después de todo, lo había descubierto? Bueno, podría decírselo más tarde.

—No es nada—aseguró medio mintiendo, en verdad no era nada grave— Gracias.

Tomó primero su taza de café y bebió, sintiéndose mucho más renovado por dentro. Le gustaba el café, también el té, pero mucho más el café. Era capaz de mantenerte despierto por horas cuando debía papeleo importante. Después cortó una de las lonchas de bacon por la mitad y se metió una en la boca, masticando con deleite.

De verdad, ya solo por ese tipo de cosas, Alfred merecía una postal por navidad.

Miró a su hermano, sentado enfrente. Él parecía también feliz por todo esto, lo que había pasado. Rememoró por un momento todos sus momentos juntos, sabiendo que siempre lo había adorado como un ejemplo a seguir. Aunque mas o menos eran de la misma edad, a él siempre le consideraban mayor, quizá porque Australia era de mayor tamaño que Nueva Zelanda.

—Bueno, dime…—dije bebiendo otro sorbo de café— ¿Qué hacías para que se te escapara un canguro de vista?

Tenía curiosidad para saber de eso pues había sido la causa de su visita.



[Siento que es fail completamente para toodo lo que tardé en escribirlo T.T -aunque ya que el nene por fin descubrió "eso" puede derivar en limón o algo XD]

Apretó los labios, en un infantil gesto de insatisfacción ante esa corta respuesta de su hermano, aunque decidió que si no era nada importante, no tenía por qué preocuparse. Al fin y al cabo, siempre habían tenido la suficiente confianza como para contarse cosas así, ¿verdad? Sabía que en el momento en el que hubiera algo importante que decir, se daría cuenta de ello.

Le observó durante unos segundos, bebiendo y comiendo el desayuno que acababa de prepararle. Y de pronto se sentía en una extraña paz, que posiblemente no había sentido desde hacía... Demasiado tiempo. Una extraña sensación de que todo estaba bien como estaba, aún a pesar de las cosas que habían pasado en el corto tiempo de esa mañana. Tal vez estaría bien así... Al menos por ahora, tal vez pudiera sobrevivir unos cuantos años más en ese estado.

Deslizó su mano hacia el plato de los bollos, agarrándolos con una mano casi sin darse cuenta de los que hacía, demasiado sumido en sus pensamientos como para poder hacer dos cosas al mismo tiempo. Aunque cuando sus labios se abrieron para dar un pequeño mordisco, el primero del día, se detuvo, escuchando la pregunta del rubio. Parpadeó un poco, asimilando que le había hablado, y dio un pequeño mordisco al desayuno que luego dejó sobre la mesa, para dar paso a un gesto pensativo en su rostro.

-Pues veamos... -Comentó, con voz pensativa, rememorando lo ocurrido aquella mañana-. Recuerdo que... ¡Oh! ¡Ya sé! ¡Una tostada de Vegemite gigante! -Exclamó, impresionado por el recuerdo de su sueño, y por lo genial que le había parecido... Y que ahora seguía pareciéndole-. Sí, estaba dormido en mi despacho, salvando al mundo de una tostada de Vegemite gigante con mis poderes de Platypus! Y entonces Kevin me despertó... Oh, y vi a Joe escaparse...

Cruzó los brazos sobre el pecho, inclinándose un poco sobre la silla, haciendo equilibrio. Ahora que lo pensaba, había sido más divertido de lo que recordaba, ¡oh yeah, mate! ¡Tal vez debería repetirlo otro día!

-Supongo que me dejaría la puerta del jardín abierto... Hehehe, ¡Pero no importa, mate! ¡Fue una experiencia muy divertida! -Exclamó, acercando su rostro al del menor para dar énfasis a su historia-. ¡Perseguir a un canguro a toda velocidad, es impresionante, bro! ¡Hubiera sido genial abrir los brazos y fingir ser un avión, don't you think!? -Añadió, extendiendo los brazos y haciendo infantiles gestos para resaltar lo que le contaba a su hermano.