En la peluqueria [priv. Japon]

Kiku no era una persona que se que se dejara guiar por los impulsos, no. Él se tomaba su tiempo para pensar y repensar en sus acciones, sobretodo en la actualidad. Sin embargo, ahí estaba. Frente a un local que podría significar su perdición.

Sus jefes se enfadarían, de eso no hay duda. Seguramente incluso le obligarían a realizar trabajos extravagantes, tortuosos y sumamente peligrosos que nadie se atrevía a hacer, como... matar las cucarachas de la cocina del primer ministro.

Se estremeció. Cualquier cosa sería mejor que tener que hacer eso. Preferiría incluso ser pillado mientras admiraba su colección de hologramas y las programaba para hacer...

Se llevó una mano a la boca y tosió para disimular un poco su sonrojo. Había varias personas que se le habían quedado mirando extrañadas, y lo último que quería en ese momento era llamar la atención.

Cuando estuvo a punto de girar sobre sus talones y comenzar una retirada para nada digna, se encontró cara a cara con... - ¿Chuugoku-san? - Genial. Genial. Mil veces genial.

¿... Ahora qué?

De todas las cosas que podría haberle preguntado, en ese momento, aquella era la peor. ¿Cómo explicarle a una persona tan conservadora, un país vecino con el que seguía estando en conflicto desde hacía varios años además, que había venido a hacer algo tan impropio de alguien tan mayor como él lo era? Tenía casi tres mil años, se suponía que los impulsos juveniles hacía siglos, tal vez milenios, que deberían haber desaparecido para él, pero ahí estaba, dispuesto a perforarle las orejas a espaldas de sus jefes y sus compañeros países. Si alguien se enterase de ello sería el hazmerreír. No de los pendientes, sino que del hecho de que se detenía a pensar en lo que los demás opinaban sobre sus acciones. De vez en cuando.

¿Pero era una opción huir con la cola entre las piernas? Por supuesto que no. Tal vez los tiempos habían cambiado, pero él seguía teniendo en su interior a un orgulloso samurai que nunca, jamás se arrepentía de sus decisiones, y mucho menos escapaba de nada y de nada.

- Estaba a punto de entrar en el salón. - Dijo tras tragar en seco disimuladamente, señalando el negocio que había delante de ellos. - ¿Y usted, Chuugoku-san? - Conociéndole, seguramente pretendía cortarse las puntas de su largo cabello, o hacerse alguna máscara especial en caso de que su intención fuera entrar también. Se encontró rezándoles a los dioses para que sus conjeturas fueran erróneas.