Misión Compra de Viveres

Llegó al supermercado con una tremenda lista del cual el 90% era Bier y el otro 10% se dividia entre Wurst, Kartofflen y alguna que otra cosa no tan indispensable en la vida alemana como quiza leche, agua o alguna otra trivialidad. Había notado a sus hermanos mayores muy ocupados así que se decidió a tomar la tarea que a ellos les parecía tan chocante de ir al supermercado para reabastecer la alacena. Siguó la lista al pie de la letra, comprando las preciadas cervezas, de la marca, presentación, precio y contenido que se le había indicado, por que era un niño bueno y seguía las instrucciones al pie de la letra. Cuando ya hubo terminado con las cosas indicadas como adquisición primordial, se relajó más dandose tiempo a ver si alguna otra cosa podía ser útil en casa o si bien se le apetecía algo diferente.
Fué a una sección que no visitaba mucho el Käse, se quedo observando, recordaba vagamente que a su bien estimado Tío Roderich le agradaban tales cosas y con un poco de nostalgía decidio que quizá haría de cenar algo así. Alzó su mano buscando tomar el queso que más había apelado a sus gustos, pero se vio inflando las mejillas molesto al notar que la endemoniada cosa estaba lejos de su alcance. -Scheisse.- Pujó molesto con cara de puchero, por que por más que se estirase no lograba alcanzar su objetivo. ¿A quien demonios se le había ocurrido poner esas cosas tan fuera del alcance del público general?. Quizá todos los alemanes eran muy altos, pero los que estaban aun en crecimiento no tenían posibilidad remota de conseguir sus quesos. -Bastard.- Se cruzó de brazos mirando al ofensivo queso, cual si fuera su culpa estar allí y luego de recuperar algo de compostura, volvió a intentar esta vez rozandole solo con la punta de sus dedos recubiertos por los guantes negros de su uniforme.

(lol perdon por título lame XDU y lo de los quesitos me dio la idea)

Intentó evitarlo por todos los medios posibles, pero no tenía otra alternativa. Su despensa llena de aire y carente de provisiones no se rellenaría mágicamente de la noche a la mañana... así que había llegado la hora. Si se concentraba, podía oír el llanto de su bolsillo.

Tratando de dejar de hacer cálculos mentales que no harían más que deprimirle, sin demasiado éxito, giró en el pasillo de los lácteos. En su casa podía faltar agua, podía faltar carne... pero nunca, NUNCA, se permitiría el no tener queso. Jamás.

- Si llevo del queso de siempre, paso de los vegetales y escatimo un poco en bebidas, podría comprar algo de chocolate... - susurraba para sí mismo, inmerso en la misión imposible del ahorro. Pero algo le sacó de su ensimismamiento. Un joven de escasa estatura hacía gala de ella intentando alcanzar algo de la góndola más alta... sin conseguirlo.

¿Qué hacer? El rubio maldecía como un camionero en un idioma que daba las gracias por no poder comprender, y tendría que ir a esa sección en algún momento. Así como sus víveres no aparecerían de la nada, los centímetros que le faltaban al chaval tampoco lo harían.

Suspiró pesadamente. No podía dejarlo así, después de todo... No es que fuera el defensor de los pobres, ni un alma caritativa, ni que se desviviera por llevar adelante una guardería, pero... ¿A quién engañaba? No había podido resistirse a ayudar a Lichtenstein, ni podía simplemente girarse y fingir no haber visto nada ahora.

Sin muchos miramientos, recorrió la distancia que los separaba en tres zancadas y, con la mirada clavada en el suelo, cogió el queso y se lo tendió con más brusquedad de la que pretendía.

- Ten. - gruñó.

Ver la incomodidad del otro no hizo más que potenciar la suya propia, manifestada en un creciente rubor en las mejillas. ¡Maldita la hora en la que decidió ser un marginado social! No tendría esos problemas de interacción si no viviese aislado en las montañas como un hermitaño.

- No es nada. - musitó, con algo más de suavidad. Lo último que deseaba era seguir espantándolo.

Iba a coger su queso barato y a salir a toda velocidad, cuando reparó en que no era la primera vez que veía a ese chico. No podía serlo... era demasiado... familiar.

Iba a preguntarle algo, pero sencillamente no encontró las palabras. Bah, demasiada sociabilidad por un día no era buena para él.

Titubeó un poco pensando si era adecuado preguntar o no, pero dado que el rubio se había mostrado menos tajante e incluso le devolvía una mirada similar pensó que sería aun más maleducado no asegurarse. -Entschuldigen sie bitte // Disculpe...- Alzó de nuevo la mirada, un poco menos titubeante pero aún conservando cierto aire de reserva y tímidez. -...me... ha dado la impresión que nos hemos visto antes...- Aún no sabía muy bien que decir para terminar de comprobarlo o negarlo así que su timbre de voz era algo suave y se le seguía notando duda en la mirada. -Ich bin Heinrich... hermano de Deutschland.- Continuó tras guardar el queso que generosamente le había alcanzado y después lo coloco en su cesto con el resto de las compras, lo mejor había sido presentarse o en todo caso hacer recordar su nombre ya que independientemente de dudas la educación era lo primero.

Abrió los ojos como platos al escuchar al chico expresar en voz alta sus mismas dudas, y más aún al percatarse de que no había huído de él, sino que seguía hablándole, con timidez, pero con respeto.

- ¿Hermano de Alemania...? - repitió tontamente, aún algo sorprendido y extrañamente satisfecho de sí mismo. - Yo soy Vash... Suiza. - aclaró. La situación ya no le parecía tan incómoda como en un principio.

Siguiendo los modelos de presentaciones normales, le tendió la mano. No era tan difícil comunicarse con él, después de todo.

- ¡Ah, sí, ya me acuerdo! - exclamó, impropiamente feliz por su descubrimiento. Recordaba haber visto a aquel chico alguna vez, en la casa de Ludwig. ¡Si es que no era un completo desastre social después de todo!

Una vez hubo estrechado su mano, y ya algo más suelto y confiado tras reparar en el posible vínculo entre ellos, se atrevió a preguntar:

- Y... bueno... ¿Qué tal todo por allí? - intentó trabar conversación.

Contra todo pronóstico, escuchar que sus parientes lejanos estaban viviendo momentos de prosperidad no le causó la envidia que esperaba, ni cayó en la comparación respecto a su vida de ahorrador compulsivo privada de muchas cosas. En vez de eso, la inusitada confianza con ese chico sólo expandía por su pecho una sensación de calidez, de comodidad.

- Por mi casa... todo sigue igual, también. - reconoció. - Aunque Lichtenstein esté cada vez mayor... En fin. - cortó abruptamente, avergonzado por haberse dejado llevar. Es que era tan... fácil, tan agradable. - Gracias por preguntar, de todos modos.

- ¡N-no, cómo va a ser una molestia! - exclamó, tartamudeando un poco y aún sonrojado. ¿Qué debía decir ahora? ¿Sonaría muy pomposo decir algo como "siempre seréis bien recibidos"?

Por suerte, no se vio en la necesidad de seguir con sus trastabillados comentarios, porque Heinrich seguía hablándole. ¿De verdad le estaba proponiendo a él, a él, dar un paseo? Era algo absolutamente nuevo para el suizo. Y además... ¿estaba haciendo pucheros sólo por acompañarle?

- No... no hay problema, claro que no. - se apresuró a responder, nervioso pero... ¿feliz? Ni que pudiese negárselo si quisiera. Por más gruñon que fuese, las personas como él, o como su hermana... eran un punto débil.

Echó a andar por el correfor, olvidando incluso que estaba allí para comprar queso. ¿Qué más daba? Nimiedades así podían esperar.

- Bueno... ¿dónde quieres ir?

La predisposición del chico le pareció muy agradable, ¿por qué no toda la gente era así? ¡Todo sería infinitamente más sencillo!

- Pues... tendría que ir a por chocolate. - reconoció, maldiciéndose internamente por haber olvidado el queso. Pero bueno, su reputación recién estrenada bien valía volver al día siguiente a por él. No pensaba quedar como un tonto ante su acompañante. - Y, bueno... luego podríamos ir donde tú quieras, a mí me da igual...

Tras andar un par de pasos más con la vista clavada en la puntera de sus zapatos, se atrevió a expresar en voz alta algo que le llevaba dando vueltas por la cabeza desde que empezara la conversación. Así que, tragándose la vergüenza, le pidió:

- Por favor... llámame Vash.

A decir verdad, no recordaba la última vez que alguien le trató de usted, además de que algo le empujaba a querer establecer un trato más "familiar" con ese muchacho. Sabía que era un poco arrojado por su parte, pero trató de no pensar en ello.

El que Heinrich aceptara a llamarlo por su nombre fue como quitarse un peso de encima para él. De verdad deseaba establecer una cierta confianza con ese chico, aunque no supiera por qué exactamente.

- Té y magdalenas... suena bien. - consiguió sonreír por primera vez, al tiempo que se detenía en las góndolas del chocolate. Como no llevaría nada más, decidió que podía permitirse por una vez el gusto de comprar algo de calidad, por lo que se decantó por el chocolante que más delicioso le parecía.

Giró la cabeza hacia la salida. La cola ya no era tan ridículamente larga como antes.

- ¿Vamos?

Por suerte no era ningún típico cajero español quien los atendía, así que la cosa avanzó bastante rápido. Ayudaba también el que ninguno de los dos necesitara rellenar todos los silencios con parloteo inútil; al parecer eran compatibles en ese aspecto, por lo que Vash no sentía ya incomodidad alguna.

Y, aún así... algo dentro de él se quejaba de la prontitud con la que habían salido del trámite. ¿Cuánto tiempo más pasarían juntos? Aunque hubiese dicho que podría visitarlo algún día... ¿cuándo? ¿Dentro de una semana, un mes, una década? Entonces, ¿por qué todo tenía que suceder tan deprisa cuando lo que de verdad quería era que se extendiera al máximo?

Más bien... ¿por qué deseaba que así fuera?

Sacudió la cabeza enérgicamente. Lo mejor era no pensar en eso y disfrutar de la tarde, durase lo que durase.

Tras pagar, y cargados ambos con sus compras, volvió a dirigirse al rubio:

- ¿Dónde quieres ir? Elige tú... yo... no estoy muy acostumbrado a salir. - admitió, con el ceño ligeramente fruncido. Era mejor ser sincero que acabar en cualquier cuchitril por simular saber de paseos y cafeterías. - Donde te apetezca... estará bien.

¿Qué más daba, después de todo? Mientras pudiese seguir disfrutando de su compañía, que nunca hubiese imaginado encontrar tan agradable, era suficiente.

- Vale. - respondió sencillamente a su sugerencia. No era que le importara el que no fuese un lugar de estos finos, después de todo, no estaba acostumbrado al lujo, ni lo encontraba necesario. Había aprendido con los años que en las cosas sencillas era más fácil encontrar felicidad.

No pudo evitar devolver la sonrisa ante el gesto del otro al hablar de su preciado té. Se le veía tan alegre y relajado... lo cual le extrañaba un poco, viniendo de una familia que, por lo menos Ludwig, solía mostrarse bastante rígida en público. Tal vez el chico no era como ellos, o quizá se encontraba tan a gusto acompañándolo como se sentía él. De alguna manera, ese pensamiento le hizo sentirse especial.

- Te sigo.

La perspectiva de entablar conversación en un sitio más propicio que la sección de lácteos era bastante prometedora. Después de todo, aunque recelara de los extranjeros, Heinrich en concreto le despertaba cierta curiosidad. ¡Podrían hablar de tantas cosas...!

- Está bien... me gusta sentarme junto a la ventana. - le dijo, observando como el otro llevaba a cabo el ritual de sacarse los guantes y guardarlos. Sofocó a duras penas una risita tonta de esas que creyó que jamás llegaría a proferir. Ver al chico comportarse con tanta pulcritud y refinamiento se le antojaba tan... ¿adorable?

Se encaminó hasta la mesa libre regañandose mentalmente. Se volvía idiota por momentos, eso estaba claro.

A penas habían tomado asiento cuando la camarera se les aproximó a tomar el pedido.

- Para mí un té de moras, por favor. - pidió, sonriéndole a Heinrich con cierta complicidad. - Y una magdalena. - añadió.

Nunca lo admitiría, pero incluso aunque el té de moras fuera la cosa más repulsiva que probara en la vida, le valdría la pena por esos centímetros de extensión que había ganado la sonrisa de Heinrich.

Una vez que la camarera se marchó y escuchó el agradecimiento del rubio, ya sin ninguna vergüenza le respondió sencillamente:

- Gracias a ti.

Aprovechó la momentánea pausa para mirar por la ventana. Era realmente bello el panorama que podía apreciar desde allí... aunque no tenía criterio suficiente para valorar si así era, o si en realidad se trataba de una calle cualquiera que la compañía lograba embellecer.

- ¿Strundel? Nunca lo probé, tiene que ser delicioso... - comentó con voz soñadora. Siempre le gustaron los dulces... - En mi casa el postre más usual es el schweizisk choklad (bombón suizo). - una idea le cruzó por la mente, y se apresuró a ponerla en práctica antes de pensárselo y decidir que era demasiado atrevido o costoso por su parte. - Algún día te invitaré a mi casa para que lo pruebes, ¿te gustaría?